Muchas mujeres temen la maternidad. Porque tienen verdadero miedo de quedar deformadas, gruesas, con sus músculos relajados.
Es evidente que una mujer con varios embarazos seguidos, que no adopte ninguna precaución especial para salvaguardar la estética de su cuerpo, que coma todo lo que le apetezca y no haga nada absolutamente para reforzar ciertos músculos que tienden a relajarse, verá cómo su cuerpo va adquiriendo poco a poco formas poco elegantes.
Pero la época en que vivimos nos brinda una serie de posibilidades para evitar estos trastornos. Antiguamente, las mujeres embarazadas adoptaban dos actitudes totalmente opuestas. En unos casos, la mujer se veía condenada a una inactividad casi absoluta. Tenía que pasarse las horas muertas en una tumbona, evitar cualquier esfuerzo, no bañarse nunca, porque —decía la gente— era peligroso para el feto. Todo el trabajo de esta mujer consistía en salir de la cama para tumbarse en un sofá. Terminaba por creer que estaba realmente enferma durante nueve meses. Era la práctica corriente en las clases burguesas más afortunadas.
En el lado opuesto de esta mujer excesivamente mimada, se hallaba la otra, menos favorecida por la suerte. Trabajaba en el campo, descuidaba su persona totalmente, soportaba toda una larga serie de embarazos casi seguidos. Comía «por dos». No acudía al médico más que cuando sentía los primeros síntomas del parto. Aceptaba como inevitables y fatales la gordura y abotargamiento de su cuerpo. Trataba de ocultar a los demás su estado, evitaba hablar de él, pues lo consideraba casi como un estado vergonzoso.
Por suerte, los tiempos han cambiado. Ahora podemos elegir el momento y determinar el número de nuestros embarazos.
De ahí que la futura mamá acepta el embarazo con una mayor serenidad y alegría y es feliz al poder anunciar este acontecimiento a sus amigos y parientes. Desde que nota los primeros síntomas, consulta a un médico en el que deposita toda su confianza. Se instruye bien sobre el desarrollo del pequeño ser que lleva en su seno, y se inscribe incluso en cursillos de preparación para el parto.
Es, en una palabra, consciente del extraordinario papel que debe desempeñar, e incluso su marido toma parte activa en esa preparación.
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